La luna había caído del otro lado de la Tierra y las olas no se dejaban entrever sino al resplandor de las últimas estrellas, era su rugido sobre todo lo que advertía, a trocitos, los estallidos de espuma blanca. A la noche, el mar era más enorme que nunca, ilimitado bajo el cielo al que devoraba; era preciso reflexionar para decidir el lugar de las estrellas, para aceptar poner término a su altura. Que el mar fuera tan grande, tan incomprensiblemente grande, era tranquilizador. Se podía aceptar eso: no comprender el mar. Era posible contarse historias y dejarse mecer en ellas, decirse que el mar era una memoria, que cada molécula de agua en el mar era una parcela de memoria perdida pero recuperada allí, reagrupada entre las orillas, navegable y tan vasta como cabía esperarlo.
'Nacimiento de fantasmas' (Fragmento) - Marie Darrieussecq.-
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