Las dunas, el mar, las gaviotas. Un cuerpo desnudo dejándose por las alas, loco de desposesión.
Aún entonces te buscaba. Miríadas de ojos barridos por el viento que los hinca en las arenas y en las cabezas de los peces. Morir era lo de menos. Hubiera querido estar preparada para tu venida, tener tiempo de disfrazarme de lo que más amabas: un pequeño trovado de ojos verdes qui joue le luth. Aunque te esperaba no te esperé. Era como si me esperara a mí. Pero yo no llegué. Ni tu tampoco.
En el medio de la noche, camino hacia el frío, el viento, lo desconocido. La playa sola ruge, deshaciéndome. A veces, desnuda, montaba un caballo negro y avanzaba por las orillas. Entre mis piernas sentía el roce de seda del animal. Y era como entrar de tu mano en una casa de rosas.
Yo no digo que vengas, que estés ya aquí, que has venido. Pero me niego a negar la espera de tu venida. Déjame esperarte. He nacido para esto. Déjame delirarme sin ti, asistir a la deformación de mis huesos que sólo aman una sombra. He caído en la trampa de esta espera y sin duda soy feliz.
Que has venido. Que tu presencia estremece el cálido color de las hojas muertas. Milagros de la que espera y ve y siente. Y yo te seguiría bajo cualquier forma, como polvo o humo o viento. Entraría por tu respiración, por tu sonrisa, por tus tristes deseos de evadirte hacia donde no hay lenguaje sino solamente ojos devorándose, ojos amándose en el peligro de una desnudez absoluta.
La que miraba el mar en noches viejas. Recuerdos de infancia: muros, detonaciones, gritos. El aire es un campo de concentración para una niña minúscula que baila sobre el filo de un cuchillo. Las risas ajenas son un obstáculo. Los veranos también. Queda como solución rodar por las escaleras de mármol hasta que el dolor de los huesos obligue a reconocer la realidad de los fenómenos físicos.
Y tú me viste llegar, mendiga hedionda enamorada de su sombrero con flores y plumas. Había un color lila que humeaba y yo estaba de verdad dentro de mis harapos. Dancé para que te rieras. Me pinté las uñas de azul. Toqué la guitarra y canté canciones que hablan de pequeños instantes en los que el dolor se aduerme y hay deseos sólo deseos de amar.
31 de mayo (1962) de Diarios - Alejandra Pizarnik.-
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