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jueves, 25 de octubre de 2018

Michigan. Fueron tiempos místicos. Una época de pequeños placeres. Aparecía una pera en la rama de un árbol, caía a mis pies y me sustentaba. Ahora no tengo árboles, no hay cuna ni cuerda de tender. Hay borradores de manuscritos desperdigados por el suelo, caídos de la cama durante la noche. Hay un lienzo inacabado clavado a la pared y el olor a eucaliptus que no logra enmascarar el desagradable tufo de aguarrás y de aceite de linaza. Hay reveladoras gotas de rojo cadmio en el lavabo del cuarto de baño —a lo largo del borde del zócalo— o brochazos en la pared, donde se salió el pincel. Un paso en el interior de un espacio vivido y se percibe el papel central que ocupa el trabajo en una vida. Vasos desechables de café semivacíos. Sándwiches de la tienda de delicatessen a medio comer. Un bol con sopa incrustada. Aquí hay alegría y dejadez. Un poco de mezcal. Unas cuantas pajas mentales, pero sobre todo trabajo.
Así es como vivo, pienso.

M Train (Un pimiento), Patti Smith.

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