Salí a la galería, bajé, me acerqué al río. Iba sigiloso, lleno de cosas vivas y de olores, padre del mar, madre del agua, madre y padre de la tierra y la madera. Me paré junto a él y él se acercó y me tocó los pies. Me metí en su agua así vestida, me metí y él me abrazó y yo dejé que me llevara. Me acunó, me levantó, me dejó caer, me meció, me cantó, me enlazó en el canal Espuela, tan estrecho, tan frágil que a cada oscilación parecía que iba a salirme de cauce y que iba a quedar atrapada en la rebalsa, pero no, tan sabio, seguí y seguí sostenida y acariciada y me reí y jugué y me di vueltas y floté y froté contra él y me hundí y volví a salir. Me sostuvo y yo ahí de cara al cielo miré la luna enorme. Todo cantaba: vendrán las lluvias, vendrá el verano, comeremos tilpez, hichilos, rojarines, beberemos vino, haremos pan. Despacito el río me sacó del canal Espuela y me hamacó hasta la orilla en donde nos abrazamos y nos enroscamos uno en el otro, perfectos como el tiempo, tarareando las canciones de la infancia, con gusto a miel de lurva en las bocas. Me agarró de los hombros y de las caderas y sonriendo desde lo hondo me fue llevando hacia afuera. Estuve todavía un largo rato en el agua moviendo las manos y los pies, metiendo la cabeza para que mi pelo se desparramara, bebiendo el agua que pasaba y se iba. Hacía frío cuando me levanté y salí. Corrí a la casa.
'Camino al sur' (Fragmento) - Angélica Gorodischer.-
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